Los galgos son animales nobles y cariñosos que arrastran una maldición: ser una herramienta para matar animales, en manos de miles de cazadores.
Desde 2017, cada 1 de febrero se celebra el Día del Galgo, una jornada para denunciar el infierno que viven estos perros en manos de los cazadores y para concienciar sobre la necesidad de acabar con esta práctica tan horrible que tantas víctimas deja detrás.
¿Por qué es importante visibilizarlo?
La realidad es que las administraciones están siempre del lado de los cazadores y hacen todo lo posible por ignorar el sufrimiento de los galgos. Por ello, no existe una cifra oficial de galgos abandonados, recogidos por perreras, encontrados atropellados en las carreteras, etc. La única cifra aportada por las administraciones es un claro ejercicio de falsedad, ya que, según afirma el Seprona, en 2019 se recogieron 8 GALGOS en España.
Obviamente, este número no se acerca ni por asomo a la realidad de los galgos abandonados. Tan solo consultando los datos de algunas protectoras de animales, salta la vista que el Seprona ha tirado escandalosamente por lo bajo. Galgos del Sur, en Córdoba, recogió a 348 perros de esta raza en 2019; la Fundación Benjamin Mehnert, en Sevilla, a 754; la protectora Scooby, de Valladolid, a unos 900 galgos.
Si sumamos a los demás perros de caza, a los rescates de particulares que nunca llegan a la protectora, a los galgos atropellados, ahogados, disparados… La cifra real alcanzaría las decenas y decenas de miles.
El fin de la temporada de caza
De octubre a enero, temporada de caza, los galgos son encerrados en cheniles, maltratados, privados de todo contacto amable y habitualmente mal alimentados. Solo los dejan salir para utilizarlos como herramientas para matar a otros animales, a menudo siendo trasladados directamente atados con cuerdas a los coches, corriendo detrás de ellos para no morir ahogados. Muchos cazadores llaman a esto «entrenamiento».
En febrero, cuando termina la temporada de caza, los galgos ya se convierten en una molestia para los cazadores, ya que no quieren gastar recursos en cuidarlos y alimentarlos hasta la temporada siguiente. Ahí empieza otro infierno para estos perros.
Ahorcados de árboles, disparados, tirados a pozos y ríos… La crueldad de quien disfruta matando animales escopeta en mano es inimaginable. Los galgos con suerte, una minoría, logran sobrevivir y son rescatados por protectoras o personas empáticas que los encuentran vagando por las carreteras, como sacos de huesos, muertos de miedo. La mayoría desaparecen sin dejar rastro, ocultos por la complicidad de las administraciones que miran hacia otro lado.
Los perros, sean de la raza que sean, no son máquinas de caza. Son animales que merecen vivir y ser cuidados y tratados con respeto. Desde PACMA llevamos años reclamando la prohibición de la caza por ley, la única manera de acabar con el infierno de los galgos, de todos los perros de caza y de los animales que son ejecutados por las escopetas de quien disfruta matando.
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